Ya no sudaba tanto. Haber parado en aquel café había resultado ser un bálsamo luego de tanta adrenalina. Llevó su mano al bolsillo y tomó la llave. Definitivamente no era una llave común. Era antigua pero se veía en perfecto estado. Los arabescos dorados resaltaban en la empuñadura, y la extraña combinación de metales. Acero, aluminio y lo que parecía ser oro amarillo y rojo. Tal vez también bronce. La volvió a guardar y tomó la nota.
Una hoja común. Un texto más bien breve, escrito a máquina con dificultad. Resaltaban enseguida varios errores y teclas mal presionadas que habían hecho impactar las letras más arriba.
“Querido Diego:
Nunca pensé que me iría sin verte, pero si estás leyendo esta carta entonces significa que ya no podré darte el abrazo que siempre quise. Te quiero. A pesar de todo lo que te puedan decir, siempre te quise con todo mi corazón.
Como prueba de mi amor te dejo mi llave. Es lo único verdadero que poseo, y como luego verás, es la más grande posesión que un ser humano puede anhelar.
Debes ir al Banco Popular. La caja es la 14811.
Con amor,
Tu padre”
Media hora antes había estado en el estudio de abogados que lo había convocado. Para él su padre había muerto justo antes de su nacimiento, pero cincuenta años después se estaba enterando que su padre acababa de fallecer. Lo único que tenía de él era una llave que acababan de entregarle y esa breve carta.
Fue al baño a lavarse la cara y salió rumbo a su casa a contarle todo a su esposa y a sus hijos. Era una locura. Pensaba en su madre también fallecida, buscando respuestas.
De pronto el golpe en la espalda. Cae al piso desvanecido. Al reaccionar lo rodeaba un grupo de gente y un enfermero. “No se levante todavía señor. Recibió un golpe. Lo asaltaron”.
Le habían robado de nuevo el pasado, y esta vez también el futuro. Se habían llevado la llave.
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