Aún recuerdo su sonrisa. Fuimos compañeros en quinto año de liceo. Yo era la segunda vez que cursaba quinto. Ella la primera. Cada día la traía uno de sus padres, en su silla de ruedas. Carol era muy inteligente pero lo que más recuerdo es su sonrisa.
Fue la primera vez que vi a alguien escribir con la boca y los pies. Durante los escritos, los profesores iban cambiando las hojas, y ella escribía con el lápiz en su boca. Escribía y escribía. No podía usar sus manos, ni para escribir ni para casi ninguna otra cosa.
Carol era una compañera más en un lindísimo grupo. Seguramente puedas imaginar a nuestro grupo, en un salón del fondo en aquel liceo público.
¿Puedes imaginar a Carol O’Connor? ¿Puedes ser ella al menos por un momento?
Imagínate ahora sin poder usar más tu mano más diestra. ¿Podrías mantener tu trabajo? ¿Y qué tal te desenvolverías en tus actividades diarias?
Ahora estás sentado en tu silla de ruedas, y no puedes contar con ninguna de tus manos. Para nada. ¿Qué sientes?
Lo que más recuerdo de Carol no son sus manos, sino su sonrisa.
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