Una
Solo le tomó una cuadra sacarse toda esa mierda de la cabeza. Cuando llegó a la esquina ya era otra. Es que luego de pegar el portazo y cerrar la reja, con cada paso comenzó a escuchar los sonidos que venían de cada casa. Cubiertos golpeando contra el plato, risas, vasos. Cada metro recorrido era un baldazo fresco quitando la polvareda de sus pensamientos. Enfriando su corazón. A media cuadra, un perro pequeño le arrancó una sonrisa. El resto fue mucho más fácil. Cuando por fin dio vuelta en la esquina, estaba llena, esperanzada. El aire viajaba lento por sus pulmones hasta el fondo de su alma. Entró al almacén y fue directo a los vinos. Miró las marcas, los precios. Disfrutó un minuto parada debajo del aire acondicionado. Se fue sin comprar nada. Fue caminando despacio hacia la parada. Se subió al primer ómnibus que pasó. Por la ventana la vi sonreír. Fue la última vez que la vimos en el barrio.
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